Ayer tuve la oportunidad de pasar un día feliz, redondo.
El día tenía todas las papeletas para ofrecerme esa posibilidad de satisfacción personal: culminaba, aunque ahora empiece lo más duro, la trayectoria comenzada hace más de dos años con la presentación en sociedad de mi quinta novela; lo hacía, además, rodeado de gente que me aportaba tanto cariño que me desbordaba; y, por si fuese poco, me acompañaban en el acto en sí de presentar el nacimiento de la criatura tres personas entregadas con la historia.
Un rato antes, tomándome un batido de chocolate en casa mientras hacía tiempo para enfrentarme a entrevistas y al acto de la presentación en sí, me pregunté por qué.
¿Qué me aporta escribir?, ¿hasta qué punto quiero conectar con potenciales lectores?, ¿qué quiero contar?, ¿por qué meterme en estos embrollos?
Una de las respuestas la podría encontrar sin duda en la calurosa acogida que me ofrecieron un rato después, pero yo trataba de encontrar una explicación más íntima.
¿Por qué el escribir?
Hay muchas teorías sobre el acto de la escritura, que van desde la inseguridad y la necesidad de autoafirmarse a sobrevaloraciones del ego, pasando por todas las etapas intermedias, que incluyen la humildad de tratar de compartir una visión del mundo o la necesidad casi terapéutica de comunicar para quien no es ducho en otros mecanismos más simples y directos.
Pero en mi caso, ¿cuál es mi motivo?
Mi primera respuesta vendría dada por la posibilidad de estructurar mi interior que me ofrece la escritura. Cuando trato de imaginar bien una larga historia compleja, o bien una frase corta dentro de un párrafo concreto, me obligo a mover fichas que de otro modo, sin un bolígrafo o un ordenador, no estarían disponibles. La inmediatez de las conversaciones o la abstracción de los pensamientos se pierden en el tiempo y se difuminan en nuestra memoria. Tratar de atraparlo en un papel es una forma de asentar teorías, instintos, sensaciones. Es, en mi caso, mi manera de abarcar mi mundo.
La segunda explicación tendría que ver con el hecho de compartir el resultado de esos escritos. ¿Cuánto hay de vanidad? No lo sé, ¿qué parte de inseguridad?, ¿hay algo de búsqueda de afecto?
Es aquí donde encuentro más dudas para responder, porque quizás haya un poco de todo.
¿Qué me hace inventar una historia, toda una maraña de personajes y enfrentarlos a conflictos cruzados?
En el largo recorrido de la humanidad a través de los tiempos siempre ha habido contadores de historias.
Es entonces cuando encuentro la respuesta.
Escribo porque hay personas ávidas de leer, de conocer el mundo desde otros ojos, con otros colores y distinto corazón.
Yo, como lector, me doy entonces la respuesta al yo escritor.
6 comentarios:
¡Felicidades!, por ser un juntapalabras, para contarnos tus sueños y miserias.
Al fin y al cabo lo que haces es compartir, que es, lo que no hace ser mejores.
Besis resacosos....los tuyos.......jajajajaja
Me llegaron voces anoche de tu éxito, y por supuesto me uno con mucha alegría.
Gracias, Emma
Te tuve presente durante la presentación.
Un beso,
Salva
Estoy convencida de que escribes para seducir,y me parece una motivaciòn maravillosa,¿recuerdas la escena de memorias de africa en la que el protagista le pide a ella que le cuente una historia? es un momento lleno de magia donde se manifiesta en toda su dimensiòn el poder de la palabra.Firmemente creo que aquel que tenga este don nunca estarà sòlo,no hablo sòlo de escribir,tambièn de manejar una conversaciòn,en definitiva de interesar con tu discurso,todo un arte.....
Enhorabuena y un beso
Nuria
¡Felicidades campeón!
Qué pena haber estado de viaje esta semana...
Supongo que en cuanto a sensaciones, habrá una gran diferencia entre las personas que se ganan la vida escribiendo y las que lo hacéis por afición.
Seguramente escribir te relaje, te abstraiga del estrés del día a día, y eso te haga sentir bien y ser más feliz si cabe.
Sugerencia:
Cada vez que hago un viaje de trabajo, lo amenizo haciendo turismo e intentando divertirme en el tiempo de ocio que me queda.
Esta semana he estado en Valladolid, donde buscando un sitio para ver el partido de fútbol España-Polonia, he descubierto un bar de copas, cercano a la Plaza Mayor, llamado CAMEO.
Con una decoración moderna y original y música tipo Alejandro Sanz con bajo volumen, en la tarde-noche, puedes tomarte desde un té hasta un cóctel con una preparación, presentación y servicio buenísimos. Tendrás el placer de ver a un genio de los malabares con botellas y en el manejo de la bandeja.
Ya en la madrugada se convierte en sala de baile.
Sin duda que volveré a tomarme un buen Ron servido en copa grande con una rodaja de lima y de naranja y un “casco” de fresa pinchado en el borde. Delicioso.
www.cameovalladolid.com
Un saludo
Rivo
Fue un placer compartir ese gran momento de "presentación en sociedad" de tu nueva criatura.
Me parece una reflexión muy interesante la que expones en esta entrada. Todo escritor debería plantearse esta misma cuestión, y creo que de todas las opciones, me quedo con tu respuesta final.
En cuanto lo suelten en casa, empiezo a leerme el libro.
Un abrazo
Gracias, Javier, el placer fue mutuo
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