Entrábamos en una iglesia imponente a la que restauraban su fachada. Impresionado por la grandeza de su interior, no hice mucho caso al guardia de seguridad apostado en la puerta.
El caso es que había un cura rezando que no lograba encontrar en ninguno de los altares. Un hombre que repetía unos salmos que entendí que eran la lectura del rosario.
Entonces, al salir, para mi asombro, vi que era el de Prosegur el que, desde su puesto de vigilancia, iba cantando por un micrófono los ora pronobis que resonaban en todo el templo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario