Todo giraba en torno a San Oronzo y pronto vimos, por determinados ensayos de gente moviendo velas y cruces, que ahí iba a pasar algo relacionado con 'la penitencia'.
Así que continuamos el paseo por la ciudad con idea de volver.
Al regresar nos encontramos con una iglesia abarrotada de sacerdotes confesando por todas las esquinas y gente haciendo colas.
Sobre todo, mujeres.
Nos sentamos a observar la historia de siglos. Cómo mujeres comparten sus pecados con hombres que las juzgan y que, lo tengo claro, en gran parte de las ocasiones, no las orientaban por el camino de la liberación, la autoestima y el empoderamiento.
No había más que ver las caras.
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