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viernes, junio 16, 2023

Estar quieto

Mirar al infinito se ha convertido en una actividad excepcional.

Apenas nos queda la almohada, la luz apagada y el silencio para otear, si no el infinito, al menos nuestro interior.

Es la enfermedad y el gran avance de esta generación que nos ha tocado vivir. La sobreestimulación. El chaparrón de información. 

Viajar en metro es no cruzar ya la mirada con nadie, porque todos están asomados a esas ventanas para ver mundos lejanos a ese túnel por el que cruzan, más atentos al baile de una niña en Pekín que de la sonrisa tonta de la señora del asiento de enfrente.

Cuántas veces no tomamos el móvil sin saber qué queremos encontrar. Buceamos allí, al otro lado de la pantalla, para evitar bucear en nosotros mismos.

Bien, hoy lo dejo en casa. Pero, no podré contar los pasos, ¿y si me llaman? ¿Y si veo algo a lo que quiero hacer una foto? ¿Y si me pierdo y no sé volver? ¿Y si quiero recordar como se llamaba esa actriz? ¿Y si me da por buscar los ingredientes de una fideuá en el supermercado? ¿Y si quiero ver cómo va la guerra de Ucrania?

Y si... 

Vivimos esclavos de un dulce narcótico mental.

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