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martes, junio 06, 2023

Ascensor

Era el hotel más lujoso de la ciudad y había una mujer en el ascensor.

Una mujer perenne, allí, en una silla, con una revista en un revistero, con pelo teñido de un color imposible, ni rosa, ni caoba, peinado alto de pura laca, como la madre de los Simpson, horroroso, una mujer cercana a la jubilación, cansada, de sonrisa estudiada, movimientos automáticos y saludos en rumano.

Yo levantaba tres dedos y ella le daba al botón del tercer piso. Me acordaba entonces de que no sabía decir hola en su idioma. El silencio era eterno. Ella en posición marcial y yo pensando que ella pensaba que estaba hasta el gorro de tipos como yo. Harta de pulsar un botón que todos sabíamos pulsar, cansada de saber que los demás sabíamos que su trabajo era ridículo.

El ascensor era pequeño, apenas su silla ocupaba la cuarta parte. La silla, la mujer del pelo de laca, un huequillo de nada y yo. Las paredes de terciopelo rojo. Un escenario de comedia.

Cada tarde llegaba, reventado de trabajar, y dudaba si subir por la escalera, por evitar la tensión de ese paseo militar hasta el tercero.

Hace un cuarto de siglo, en la ciudad rumana de Pitesti, el mundo era también así.

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