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lunes, mayo 16, 2016

Orégano

Vivir es decidir y decidir implica abandono de opciones a las que no se puede volver, lo que es maravilloso y frustrante al mismo tiempo.

Siempre pensé en dios como un enorme ordenador frío que contabilizase nuestras decisiones, que serían inmediatamente puntuadas para ir clasificando a los humanos en grandes tableros digitales en función de parámetros asociados a las principales virtudes: bondad, fidelidad, generosidad, solidaridad, compasión, ternura...

A veces pienso en ese tablero, oculto para los humanos, y me planteo dónde estaré situado yo, dónde lo estará la gente que me importa.

Dice Kundera que 'la felicidad es el deseo de repetir', de volver al lugar donde algún día encontramos el sentido profundo de la existencia, allí donde nos sentimos ligeros, livianos, donde todo cuadraba. Esos momentos llegan. Más a menudo de lo que pensamos. Esos instantes en que piensas que sí tomaste las decisiones acertadas.

Ocurre, también a menudo, que tratas de volver a esos sitios mágicos, físicos o imaginarios, y te das cuenta que nada vuelve a ser igual. ¡Qué decepción cuando crees retornar al lugar en que un día todo se conectó!

Hay una pequeña pizzería en Brooklyn que se llama Orégano. Tienes que comprar el vino en la enoteca al otro lado de la calle y te dan de postre una tarta de queso al pistacho indescriptible. Nunca volveré. Porque creo que, al contrario de lo que dice Kundera, la felicidad se revienta al repetir.

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