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miércoles, diciembre 02, 2015

Perfección

Uno de los profesores de los que guardo mejor recuerdo se llamaba Antonio Sanz, al que tuve en un período de al menos tres cursos seguidos en los primeros años de la EGB. Hombre educado y respetuoso, aparecía tras un período terrible con maestros de lengua larga y mano suelta a quienes yo veía con temor, a pesar de yo ser un niño tan bueno que no me llevaba una galleta a no ser que fuera por rebote.

Desde esos tiempos de Antonio Sanz, don Antonio, ya tuve clara una decisión en mi vida: no quería ser profesor.

Es algo contradictorio si me analizo como amante de la enseñanza. Me he llevado años dando clases de francés a mi sobrino Iván y siempre he disfrutado preparando técnicas o juegos para enseñar en las muchas ocasiones en que me ha tocado dar clases particulares a mi hermano, mis primos, amigos o, ahora, mi sobrino.

Me encanta explicar de forma pausada y estructurada acerca de temas que domino. Tal vez tenga que ver con mi predilección por el entregar frente al recibir, además de admitir lo hermoso de ver los ojos abiertos de alguien de quien has conseguido captar la atención por completo y está entregado a introducir en su mochila conocimientos de por vida.

¿Por qué, entonces, deseché tan de pequeño la enseñanza como profesión?

Recuerdo la maldad, seguro que minoritaria, de los alumnos más conflictivos. Desde la atalaya de mi pupitre escuchaba los comentarios sarcásticos, las preguntas envenenadas y las risas soterradas ante cualquier apuro, desliz o error del profesor de turno.

Me puede la perfección, y a lo largo de mi vida de estudiante conocí pocos profesores 'perfectos'.

Abandoné la idea de ser profesor porque endiosé desde muy pequeño el oficio y su alta responsabilidad. Enseñar implicaba una ejemplaridad tan grande, un dominio de los tiempos, del trato individualizado, de la preparación de temas y traía consigo tanto de ascendencia sobre los alumnos que escrutaban con ojos llenos, que mi imaginación naif de futuro adulto no llegaba a abarcar tanta capacidad en mí para ser perfecto y soportar la presión de serlo y no fallar.

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