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lunes, noviembre 16, 2015

Singles

Recuerdo una cena en casa con un grupo reducido de amigos. Una de entre ellos, en los treinta y tantos, mostraba una tranquila desesperanza en encontrar algún hombre que mereciese la pena a esas alturas de la vida en que uno se vuelve más exquisito, maniático y perezoso para compartir ducha y sofá. Hubo quien le respondió, en pareja desde hacía años por entonces, que le resultaba difícil encontrarse con gente sin pareja a una determinada edad. Fue un momento tenso en ese afán mío de unir amigos de vidas separadas que se hablan a corazón abierto sin conocerse.

Esa mujer ya es una feliz madre casada que apenas recordaría esa cena si yo se la trajese a la memoria ni el cabreo que cogió por esa aseveración poco fundamentada de la dificultad de cruzarse, en plena madurez, con gente solitaria (y feliz).

Sí. Afortunadamente esta generación mía está llena de 'singles' que se han permitido elegir una vida fuera de lo supuestamente normal, que han sabido separarse de quien no les hacía felices, que no han querido arrejuntarse con quien no les llenaba. Sí. Desgraciadamente no es fácil encontrar personas que complementen una vida en armonía a ciertas edades.

La maldición está en creerse malditos por no estar con otro, en no entender la posibilidad de ser feliz por uno mismo, en entender que la vida feliz es la que los otros ven como idílica. Es el primer paso para ser un soltero sin remedio que ahuyente a quienes podrían ver en él un compañero de aventuras.
La maldición es no quererse sin condiciones.

Es duro, mucho, dormir sin estar abrazado a quien te quiera. Es duro, mucho más, hacerlo a quien no te provoca emociones, a quien te cierra las puertas a poder encontrar algún día, en cualquier lugar inesperado del mundo real o virtual, a la persona que algún día te hará olvidar que un día creíste que jamás la encontrarías.

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