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martes, octubre 06, 2015

Gustos

Me encanta hablar con Iván.

El hecho de haberlo visto crecer desde pequeño sin convivir con él a diario hace que los cortos espacios de distanciamiento me permitan apreciar con más claridad sus cambios, sin perder por ello el roce que me haga perderle la pista de este sobrino único, ¿existe ese término?, al que quiero tanto.

Es precioso ver desde la distancia cercana cómo se va moldeando su carácter, su timidez social al tiempo que su capacidad de integración, tal vez dada por convivir entre adultos; su miedo al riesgo; la influencia que en él ejercen mis hermanas; la relación guasona con su abuelo, cuyas crisis de salud ha vivido de cerca; su predisposición a viajar a cualquier lugar que le propongas.

De él presiento un hombre con amistades sólidas, conversaciones largas y un gran sentido de la responsabilidad, que ya empieza a desarrollar con apenas 12 años.

Lo que uno no se plantea, cuando llegan estas reflexiones acerca de una persona tan pequeñilla a la que adoras, es que él también te observa. Que esos años vividos no son unidireccionales y él va formando un retrato de esas personas grandes con las que le ha tocado convivir, sin elección previa.

Hay días en que, sin filtros que limiten su capacidad de análisis, te suelta una fresca que te hace sentir de nuevo un niño. Íbamos en coche los dos, charlando. Le planteé una serie de planes para pasar la tarde y él me iba preguntando. Yo no quería influirle en ningún caso, a lo que él sentenció:

-Si yo ya lo sé: que a ti te gusta todo.

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