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jueves, octubre 29, 2015

Fallar

Me digo que soy muy exigente. Y lo soy. Y me disgusta.

Me decía que era exigente con los demás. Y lo era. Y me relajé.

Cada uno que se ponga sus límites para llevar sus coherencias hasta donde quiera, que luche con sus miedos como mejor pueda, que abarque tanto como sus brazos alcancen, estén o no estirados o en tensión. No es justo el juicio hacia formas de entender los compromisos.

Cambié la exigencia hacia los demás por criterios relajados para rodearme de amigos y así pasar de la crítica a la observación, dejando que fluyan las energías de los enganches y desencantos con la naturalidad de las relaciones que no se fuerzan.

Existen, a pesar de todo, situaciones en que no se puede fallar. No vale el estrés, la familia, el trabajo ni las depresiones como excusa cuando una persona que te importa necesita imperativamente de ti.

Hay ceremonias, hospitales, enhorabuenas, tanatorios, lágrimas, cambios, desengaños, declaraciones y vacíos ante los que uno no puede renegar con excusas del día a día. Hay llamadas que son imprescindibles, besos necesarios y silencios cercanos imperativos.

No hay pereza posible cuando el destino abre una de sus puertas a los tuyos entre rosas o nubes, en esos días cumbres en que la vida de los otros, de aquellos otros que queremos que sean nuestros, se decide.

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