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viernes, agosto 17, 2012

Dos perros

Vi desde muy lejos a un hombre paseando a dos perros cuando iba corriendo por la playa que une Conil con El Palmar, al anochecer, en ese momento en que el cielo se ha puesto rosa al tragarse la mar el sol y el inmenso arenal se convierte en una gigantesca pista de atletismo natural.

Al no haber apenas nadie en la playa, centré mi vista en los juegos de ese hombre con los perros, que se veían saltar por la orilla buscando piedras que el dueño les tiraba. La visión en esas situaciones es espectacular, sea cual sea, porque la arena húmeda refleja las imágenes de los paseantes como si de un espejo se tratara, una suerte de alucinación sahariana.

Llegando a la torre de Castilnovo, el hombre se sentó mirando al infinito y uno de los perros, el más pequeño, salió corriendo hacia Conil, a una velocidad endiablada. Yo estaba tan lejos que me resultaba imposible avisar al propietario, por lo que tras ver que no conseguía frenar al perrillo, aceleré la carrera para alertar a ese hombre que se quedaba sin un perro.

Exhausto por el cambio de ritmo, pegué un grito cuando tuve fuerzas. Fue gracioso porque el hombre se asustó, como si yo viniese a atracarle.

-¡Se le ha escapado el perro!

El hombre, sin moverse del sitio, me espetó:

-Ese perro no es mío.

Y miró para adelante, tirándole una piedra al que, supongo, sí era suyo.

-Perdone, los vi jugando desde lejos y pensé...

Metí la quinta marcha, y seguí hacia El Palmar.

Cuando estaría a unos doscientos metros del hombre, oí un silbido reiterado. Me giré sin parar de correr y el viento, siempre rebelde, me permitió escuchar un ¡gracias! venido, con retraso, desde ese hombre tirador de piedras.

Seguí más contento que unas pascuas y razonando que, aún en las cosas más nimias, no hay acto que dé más satisfacción en este mundo que el ayudar a los demás.

¡Aunque te equivoques!

1 comentario:

Las Cosas dijo...

Me ha pasado eso mismo, por La Bota, cuando paseaba a mi perro Twingo...