Me contaban mis hermanas hace unos días uno más de los despistes de mi padre. Como desde hace tantos años, que parece que no pasara el tiempo, había llegado a casa con una pequeña bolsa de castañas. A él le gusta colocarlas al fuego de la cocina a media tarde, para comérselas luego mientras se entretiene con sus libros de historia y su eterno aprendizaje.
Raquel llegó a casa y se encontró a mi padre dormido y las castañas achicharradas con el fuego aún encendido. Lo apagó y le colocó un post-it a en su regazo: 'Papá: ¡las castañas!'
A mí no se me queman las castañas porque no las como, pero en cada detalle que observo de mi padre me veo a mí de mayor.
El vértigo de la genética.
Cuando digo una frase larga y me quedo sin aire al final, con mi impaciencia ante una cola en la caja del supermercado, con las horas pasadas delante de un periódico los domingos, mi nariz, el amor por las cervezas entre amigos, mi poco pelo, la pasión crítica por mi ciudad, las meteduras de pata y los despistes. Presumidos y desastres por igual con nuestra vestimenta, creyéndonos siempre más jóvenes de lo que somos y rodeados de amigos fieles.
Conforme veo a mi padre envejecer me veo a mí haciéndolo.
Y veo un futuro feliz.
3 comentarios:
Qué bonito Salva y cuánta verdad lleva esta reflexión... Un abrazo
Qué razón tienes...!! Yo tengo de mi padre hasta el andar...
Un saludo
Rivo
Es duro y hermoso a la vez ver cómo nuestros padres envejecen, se van apagando lentamente como una vela que se va consumiendo pero ahí los tenemos mientras les queden fuerzas.
A veces cuando me afeito parece que veo a mi padre.Un día iba con una prima en el coche y me dijo"conduces como tu padre, es increíble".Otras veces cuando veo a mi madre hacer cosas o caminar, parece que veo mi abuelo que falleció hace 30 años. Nuestros padres se van pero siguen vivos en nosotros. Castañas.
ANTÍPODAS.
Publicar un comentario