Hace ya algún tiempo asumí que mis circunstancias han complicado al infinito mi sueño de ser padre.
Creo, por otro lado, que tengo la cabeza suficientemente bien centrada para no confundir sentimientos ni llevar mi vida a equívocos.
Iván es mi sobrino. Mi único sobrino. Seguramente el único que vaya a tener. Mi amor por él es total, desinteresado, irrenunciable, pero sé que no es mi hijo.
Aunque creo en el hombre y tengo la confianza en que el sentido común irá llevándonos en generaciones venideras por senderos más civilizados, que se sabrá dar la vuelta al cambio climático, que se reconducirán los conflictos con países radicales y la economía acabará siendo, por pura supervivencia del género humano, algo menos descontrolado, más regulado, a pesar de todo, me preocupan los años que le esperan a Iván.
No sé hasta dónde vamos a caer, qué posibilidades se le irán cerrando en esta caída a su generación, que se columpia en parques urbanos ajenos al desempleo, a los créditos sin conceder, a los fracasos gubernamentales y a las amenazas de que el sistema rompa sus costuras y se desborde la miseria en lugares incapaces de asumir tanta inseguridad.
Es en estos tiempos cuando los mayores están diseñando su futuro, sus universidades, sus bancos, sus medios de transporte, las relaciones humanas de mediados del siglo XXI, cuando él sea un hombre hecho y derecho que se paseará por no sé qué parques ni qué ciudades, tal vez pensando cómo pudo todo quedar así, cuando él se balanceaba feliz en columpios que no hacían presagiar esos nubarrones.
Quiero pensar que un día Iván, con hijos o sin ellos, con trabajo o sin él, enamorado, desengañado o solitario, de izquierdas, apolítico, de derechas, ingeniero o futbolista, pintor o periodista, albañil, taxista o cantante de rock, no maldiga el haber tenido que padecer la cortedad mental de una generación perdida en egoísmos insanos, la de aquellos que nacimos a finales del siglo XX, la de los que un día nos creímos vivir en un mundo donde tener casas, buenos coches y móviles de última generación era algo que venía dado de por sí... caído del cielo.
4 comentarios:
Hola Salva:
Esta mañana mientras venìa hasta mi trabajo en bicicleta he adelantado a un papa que iba con tres niños todos paseando en su bici.
El màs chiquitìn apretaba con rabia
todo el tiempo el paso para no alejarse del resto,en ese momento he
pensado que si forzamos un poquito a
los niños a superarse,estos como buenos supervivientes lo logran, tambièn que si tienen como ejemplo,base,inspiraciòn,llamalo como quieras algo sòlido(su familia,educaciòn,valores,religiòn,deporte,aficiones......)se agarran a ello y no pierden el paso ni se quedan atràs.
Alejàndome de ellos despuès de estas reflexiones me ha dado un sùbidòn de optimismo,elemento esencial para educar a nuestros niños.
Creo que voy a coger màs la bicicleta...........
Nuria
Creo que el desanimo no es buen compañero de viaje, por lo contrario el optimismo y la esperanza ayudan a llevar con mas alegría el camino que nos conduce por la vida.
Iván, crecerá y vivirá en el mundo que le toque.
Ese mundo tendrá las virtudes y defectos que nosotros y los anteriores hemos ido dejando.
No te preocupes. Bueno sí, de algo. Quiérele con toda tu pasión, y acuérdate que amar a un pequeñazo significa educar.
Mi madre una mujer magnifica, me dijo en mis primeros miedos al saberme embarazada, “niña los hijos se crían a besos y limpitos”.
Dale un beso gordo a ese niño de tus amores.
Me gustan mucho estas confesiones tan tuyas.
Creo haber llegado a la conclusión,(equivocada o no) que la mejor preparación, pasa por educar en la crítica, y por aportar la mayor cantidad de información y conocimientos. Una cosa sin la otra, no servirían.
Conocer y acceder a diferentes y variadas culturas, ciencias, informaciones nos enriquece, y entender que todo puede tener más de un punto de vista, y que aunque nos equivoquemos, debemos ser siempre un poco críticos, hasta con nosotros mismos, nos ayuda a elegir, algo importante para poder ser relativamente libres.
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