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martes, enero 19, 2010

Rompecristales

Antes de mi época parisina, cuando tenía mi clío blanco, vivía ya en mi piso del centro de Sevilla y no tenía garaje, me enfrentaba cada día a una búsqueda imposible de aparcamiento cada vez que volvía del trabajo, del gimnasio, de la playa o de casa de mis amigos, de mi padre, del cine o de cualquier sarao.

En la calle Santa Clara, donde vivía y sigo viviendo, se instaló un 'gorrilla' que se hizo dueño de la calle. Pasé por todas las fases con él. Pagarle, ser amable, traté de explicarle que no podía darle dinero todos los días varias veces... hasta que un día me enfrenté sin remedio. Me chuleó cuando yo decidí aparcar para subir a mi casa cinco minutos a recoger un teléfono olvidado. Me maldijo y amenazó con rajarme el coche.

Yo, invadido de ira, le grité que si me rajaba el coche yo le rajaría a él.

Desde ese momento, una vez cada mes o dos meses, mi coche aparecía con las lunas rotas, o la rueda pinchada, o el retrovisor destrozado. Yo sabía que era él. Él se reía de mí.

Mi jefe de por entonces en el trabajo, viéndome entrar en cólera cada poco tiempo, me recomendaba hablar con él, 'negociar'.

Yo me negaba.

Un día, saliendo de casa, vi lo inimaginable. Le habían robado las ruedas al coche. Se apoyaba sobre los cubos en unas cuantas piedras. Llamé a la grúa y admití mi derrota.

Cuando volví de París a instalarme de nuevo en mi casa, me compré otro coche y busqué desesperadamente una plaza cercana de garaje, que encontré.

Sigo cruzándome con este individuo a diario.

Él sabe quién soy yo y sé quién es él.

Pero yo comprendí la lección.

Él me busca la mirada, deseando verme un día aparcar en la calle y dejarle a la víctima a su alcance. Una víctima que ya tiene heridas de chapa por todos lados.

Pero yo no me dejo embaucar. Paso a su lado cada día, dirijo mi mirada al infinito en busca de mi guarida.

Quien no tiene más argumento que el odio siempre saldrá derrotado con los que miramos mucho más allá. Perderemos batallas, pero la vida es nuestra.

1 comentario:

nosequé dijo...

A lo mejor no es odio lo que destila "El gorrilla".
A lo mejor la vida no le ha dado ninguna oportunidad.
A lo mejor es sólo una mezcla de amargor y desconsuelo.
Me alegro que lleves la mirada al infinito y no sepas odiar.