Cuanto mayor es el nivel de confort de nuestra sociedad, mayor es el desasosiego ante la muerte.
Es lo único que he leído de Alexander Solzhenitsyn. La frase no es literal, sino producto de la retención que mis neuronas hicieron hace lustros de una entrevista concedida por el escritor ruso a un dominical español.
No sé qué nivel de desasosiego habría en él cuando a sus 89 años imaginase su muerte aproximarse, hasta saludarle hace unos días frente a frente.
El comunismo hubiese sido el sistema perfecto de no haber sido porque está pensado para el ser humano, y el hombre (genérico) no está pensado para desarrollarse en una colmena con las mismas celdas. El ser humano no es simétrico, es imperfecto; hay ambiciosos y pausados, elegantes y desastrosos, cultos y no curiosos, rebeldes, sensatos, austeros, desganados, brillantes, comprometidos, rencorosos, mundanos y provincianos, crápulas, religiosos, imbéciles, ausentes, pesados, encantadores e insoportables. Hay gente mala malísima. Buena de veras. Gente mediocre, personas sin sangre o con una pulsión vital altísima.
La revolución bolchevique fue una revolución justa, por una causa justa, por la más alta causa. Otorgar al hombre su derecho inalienable a ser tratado con equidad, igualdad de oportunidades y de derechos. El nuevo sistema comunista luchó contra los privilegios, dio oportunidad al débil, buscó la cultura para el pueblo, la sanidad universal, la dignidad del obrero.
Falló en el método, porque pensó en un hombre-máquina, en un hombre-bueno, en un hombre-no-humano.
Solzhenitsyn está recién introducido en la tierra. Ya trabajó la tierra rusa a fuerza de palos en su Gulag personal y terrorífico, por pensar diferente. Ya viajó fuera de su tierra, expulsado, deshonrado, tratado como un paria por los suyos.
Despertó desde el exilio a los bienpensantes que aún creían que en la Unión Soviética estaba la clave de la justicia social.
Una dura vida de reflexión. Una sociedad que le dolía, un ser humano al que intentaba comprender desde su experiencia personal de hombre que se plantea cómo no deben ser nunca las cosas.
Alexander S. no quiso lujo en su vida. El lujo da vértigo. Alexander quería justicia social y respeto a la diferencia. Gracias a él, Rusia es hoy un poco más humana y nosotros tenemos un pensamiento para él.
Un sevillano rinde hoy un tierno homenaje a quien conoció una vida tan rica, compleja y dura; a quien nos la supo explicar.
Vida dura como la tierra rusa que tanto quiso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario