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lunes, enero 28, 2019

Puño

Siempre he presumido de dormir como un niño, aunque hay noches en que me despierto de madrugada y me observo, desde fuera de mí, con el puño bien cerrado agarrando un trozo de la almohada.

No sé hasta qué punto el cuerpo, sin yo saberlo, se tensa asustado por los días que vivo, ni imagino cuánto de mis miedos no conocidos ya los adelanta mi mano al engancharse con fuerza al edredón mientras mi mente vaga plácida por territorios no sometidos a la ley de la gravedad.

Me gusta imaginarme en épocas pasadas, y futuras, rebelde ante la imposibilidad de no poder ser otro ni de verme en el espejo con ojos distintos. ¿Cómo me sujetaría a la almohada en tiempos sin móviles de luces rojas ni despertadores que rasgasen nuestros amaneceres?

Siento el puño contra la almohada como una señal nítida de lo que no quiero ser y anticipo que la única medicina es desprenderme de todo lo prescindible, hacerme más sabio, sentir menos fuerte por todo lo que se mide en euros, quitar sonidos al teléfono, sortear alabanzas que son veneno, pasear más por las tardes.

Amar más y mejor.

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