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domingo, enero 13, 2019

Trabajo

En fiestas de cumpleaños abarrotadas sueles hablar de forma desinhibida con gente que tratas con códigos más rígidos en el día a día.

Tuve ocasión de hacerlo no hace mucho con compañeros de trabajo con los que me comunico a diario  y no necesariamente en un tono seco o estresante. Gente que me cae fundamentalmente bien aunque no por ello aspire a su amistad.

Me sorprendió una confidencia que uno de ellos me hizo, con su esposa delante, hablando de su relación en casa.

-Nunca hablamos mi mujer y yo de trabajo -me dijo, a lo que ella asintió con el gesto.

No quise polemizar porque uno con los años cada vez es más prudente y duda de las propias certezas, pero no entendí el juego. ¿Cómo se puede estar en pareja desde hace tantísimos años, como es el caso de ésta que nos ocupa, y no hablarse entre ellos de sus trabajos?

Para mí mi pareja es, entre otras cosas, mi mejor amigo. No podría asumir no compartir en mi día a día las preocupaciones que me asaltan en relación con mi empresa, mi jefe, mis colegas o mi equipo. Ni entendería que él no me contase por qué trae el gesto cambiado o viene acelerado tras ocho horas de curro. ¿Es posible guardar en espacios estancos las horas del día según sea el escenario en el que se desarrollen? ¿Cómo uno puede salir a cenar y obviar con la persona a la que ama aquello que ocupa tanto tiempo en tu día a día?

Suena moderno, pero no (me) suena real.

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