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miércoles, mayo 17, 2017

Rubia

La imagen es potente. Él en un sillón, ella en la esquina izquierda del sofá, una lámpara de pie de barro y los dos cogidos de la mano. 'Rubia', le decía. Imagen tan lejana en el tiempo como reconfortante. Así transcurrieron años largos de infancia luminosa.

Una noche aciaga la infancia se rompió. Nos reunieron para comunicarnos que mamá estaba enferma. A ella, años después, le seguía llamando rubia, mi padre, en su lecho de muerte. Él le tenía cogida una mano, yo la otra. ¡Era tan pequeño!

La rubia nos dejó cartas a cada uno de sus hijos, escritas con la calma de quien ve un final inexorable, para decirnos que cuidáramos de él. Sé que ese sobre beige anda por algún cajón de entre mis cosas. De vez en cuando aparece, pero nunca me atrevo a leerlo. Han pasado treinta años, sigo sin tener las fuerzas para volver a leer lo que mi madre me decía a mí.

Hace justo un año mi padre se estaba yendo, también tuvo sus manos entre las nuestras. Murió en una atmósfera repleta de amor. En esos últimos días, en las últimas horas, con la cabeza ya perdida, llamaba a la rubia, y seguramente se abrazó a mi hermana Mónica creyendo que era ella, que venía a por él, a tomarle de nuevo la mano.

Preparé unas palabras para leer en su funeral lo bueno que había sido, para cantar mi orgullo de hijo en nombre de mis hermanos. Pero no supe. Me faltó el mismo valor que no encuentro para abrir el sobre beige de una madre que pedía que cuidásemos de él como merecía una persona a la que, hoy como siempre, no podemos querer más.

1 comentario:

Marisa G. dijo...

Ay,... no me hagas esto. Qué similares son todas las penas.