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viernes, abril 29, 2016

Martín

Al calor de unos vinos, en una de nuestras cenas en casa, le pregunté a un amigo reciente cuál era la persona a quien más admiraba. Por su amplio mundo social y ser un hombre inquieto, quise conocer más de él a través de esa pregunta.

Él me respondió que a nadie. Terrorífica respuesta.

A mí cuando me preguntan eso (la pregunta me la hago yo mismo, porque es difícil que nadie me la haga) respondo que Saramago. O Benedetti. Sí, son personas a las que no he conocido, pero me parecen modelos de conducta, mentes sensibles y almas buenas.

Con el paso de los años, y este amigo reciente roza los sesenta, uno se convierte en un acumulador de desengaños. Nadie tiene el currículo perfecto para ser considerado ejemplar. Todos tienen, tenemos, taras insoslayables.

Es cierto, sí, que la lista de 'gente que no vale un pimiento' es extensa; que los egoísmos, los desplantes, la inconstancia y los feos son moneda común en nuestra sociedad. Y es tal vez por ello que de vez en cuando lanzo esa pregunta al aire. ¿A quién admirar?

Hace años entró en la vida de mi amiga Mariángeles un hombre llamado Martín. Humilde, atento y buen 'escuchador', con el tiempo he ido conociéndolo más y más a través de cenas, viajes, paseos, copas y cafés. Independientemente de lo feliz que la hace a ella, Martín es una persona que transmite tanta verdad, ¡es tan honesto!, que sabes que puedes contar con él, de corazón y en todo momento.

Entonces me rehago la pregunta y digo que sí, que tengo en mi círculo cercano a una persona más que admirar, y que lo que me mueve a hacerlo no es otra cosa que su bondad.

La bondad como atractivo; la bendita, transparente y carísima bondad.

Soy de los que piensan que hay que potenciar las cualidades de la gente. Trato de hacerlo en mis equipos de trabajo, con la familia y entre mis amigos. Hay que hacerlo. Levantar la voz con orgullo para decirle a la gente que queremos que hay cosas en ellos que admiramos.

A Martín lo quiero por hacer feliz a mi amiga de más de media vida y lo admiro por su pureza de corazón, su fidelidad como amigo, su ejemplaridad como padre y su capacidad, casi infantil, para indignarse con lo injusto.

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