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miércoles, septiembre 16, 2015

Seis

Dicen que soy un dormilón, y lo soy, pero las horas a las que uno se levanta a diario y lo mucho que me gusta trasnochar me llevan a buscar, como un perrillo, cualquier cojín para echar una cabezada; sin que ello signifique que no me guste: pocos placeres mayores que el de ir pasando de la consciencia al mundo de los sueños. Si eso es posible vivirlo varias veces al día, ¡fenómeno!


Quien critica a los dormilones suele ser aquél que no sueña o cree no soñar, quien, por tanto, ve en el dormir un tiempo perdido y va por la vida con la mecha encendida.


Con los años, las capacidades adolescentes de sentir chispazos de felicidad ante cada descubrimiento se va aminorando y comienzan a retorcerse los mecanismos para llegar a sentir cosquillas en la cabeza, por eso hay que dejarse llevar por los hábitos simples en los que la vida te mece con dulzura.


Suerte que no me supone gran esfuerzo el despertarme, pasearme la casa a oscuras cada mañana entre zumos, estiramientos, primeras planas de periódicos y el sonido del silencio de la ciudad. Salir al frescor de las calles solitarias disfrutando de un escenario urbano y fantasmal sólo hecho para mí.

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