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martes, mayo 26, 2015

Grifo

Los tiempos pasan tan entretejidos de eventos en esta época que vivo que no hay día en que no me proponga, aunque sea un pequeño instante, parar a observar la vida pasar. Mis sueños de felicidad siempre tienen ritmo pausado y lugares para leer. Detener el tiempo.

No es cuestión de no ser feliz con la vida que uno se ha construido, sino de también serlo pensando en la que podría tener si no estuviera uno tan ávido de crear, conocer y compartir experiencias con el mundo exterior. Dos felicidades distintas e incompatibles en el tiempo. No puedo querer tener todo, aunque sí trocearlo en rodajas que me permitan bajar del tren de los imprescindibles, con asiduidad, para encontrarme en el mundo de lo mío y mis soledades elegidas.

Hay momentos mágicos en que suena un clic y estos dos mundos se reencuentran, tanto que incluso da susto.

A mí me ocurre todas las semanas, el día en que viene nuestra querida María a limpiar. Ella tiene el hábito de conectar la manguera de la ducha para limpiar el baño. Yo, despistado, con mi cabeza en Bosnia-Herzegovina, atravieso la casa ya vacía al volver de la calle, enciendo ordenador, reorganizo libros, pongo la música, me quito la ropa y me meto en la ducha. Es entonces cuando, al abrir el grifo, pego el respingo semanal al sentir el agua atacarme desde la manguera. Ese chorro de dirección inesperada, de golpe, me saca de mis elucubraciones, baja mis pulsaciones y me dice: 'Bore, ha pasado una semana más'.

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