Somos animales de costumbres y en esos pequeños detalles rutinarios sabemos vernos felices. Nos dan calorcito, nos conectan con la tierra y ayudan a mantener nuestro equilibrio mental. Es importante, sin embargo, no dejarse seducir por el elixir de la rutina y encontrar palancas que nos hagan evolucionar hacia nuevos hábitos que refresquen el día a día.
A veces esas palancas las proporcionan otros.
Me encanta desayunar en el Vips de República Argentina. Tener un sitio asegurado, la prensa, mesas amplias y un batido de chocolate blanco insuperable son argumentos contra los que no puedo luchar. Hace un mes me dijeron que el local lo cerraban por reforma durante unas semanas.
Me adapté a otros desayunos de fin de semana, hasta que este sábado, cuando calculé que la remodelación habría terminado, volví a ir. Seguramente sea la crisis la que les ha obligado a reducir la superficie a la mitad, pero es cierto que el lugar está más luminoso. De hecho, cuando llegué al fondo del local, el comedor, me gustó la nueva disposición de las mesas, conformada por reservados de grandes muros acolchados separando espacios.
Esa mañana me tuve que mover dos veces. En las mesas de justo al lado hablaban a voz en grito. Traté de concentrarme en la lectura. Hoy he vuelto a acudir. De nuevo la misma situación, esta vez agravada. Un grupo de ejecutivos se habían llevado allí sus portátiles, un domingo por la mañana, para demostrar al resto de los comensales cuántos impuestos pagan, las compras realizadas en los últimos meses y cómo de efectivos son. En la reunión había, incluso, un invitado vía telefónica a volumen máximo.
Al personal le pones un muro, le tapas la cara y pierde el poco de educación que a veces consideras asentado en estos tiempos.
Pena de futuros batidos perdidos para siempre.
A veces esas palancas las proporcionan otros.
Me encanta desayunar en el Vips de República Argentina. Tener un sitio asegurado, la prensa, mesas amplias y un batido de chocolate blanco insuperable son argumentos contra los que no puedo luchar. Hace un mes me dijeron que el local lo cerraban por reforma durante unas semanas.
Me adapté a otros desayunos de fin de semana, hasta que este sábado, cuando calculé que la remodelación habría terminado, volví a ir. Seguramente sea la crisis la que les ha obligado a reducir la superficie a la mitad, pero es cierto que el lugar está más luminoso. De hecho, cuando llegué al fondo del local, el comedor, me gustó la nueva disposición de las mesas, conformada por reservados de grandes muros acolchados separando espacios.
Esa mañana me tuve que mover dos veces. En las mesas de justo al lado hablaban a voz en grito. Traté de concentrarme en la lectura. Hoy he vuelto a acudir. De nuevo la misma situación, esta vez agravada. Un grupo de ejecutivos se habían llevado allí sus portátiles, un domingo por la mañana, para demostrar al resto de los comensales cuántos impuestos pagan, las compras realizadas en los últimos meses y cómo de efectivos son. En la reunión había, incluso, un invitado vía telefónica a volumen máximo.
Al personal le pones un muro, le tapas la cara y pierde el poco de educación que a veces consideras asentado en estos tiempos.
Pena de futuros batidos perdidos para siempre.