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miércoles, julio 02, 2014

Confort

El ser humano, al menos aquél al que yo represento, tiene una memoria frágil y se habitúa, más pronto de lo deseado, a zonas de aparente confort en el devenir diario que poco tienen que ver con lo que uno fue, e hizo, en tiempos no muy lejanos.

No hace tanto que yo me pateaba medio mundo en avión, con una maleta pequeña y un portátil de Renault, para trabajar en ciudades enormes de culturas muy diferentes a la mía. Me divertía, aprendía, no tenía pudor para conocer gente, tomar cerveza a solas y recorrerme barrios desconocidos sin temor.

Llevo años, sin embargo, en un puesto que me gusta, anclado a mi ciudad, con un ritmo de vida intenso pero manejable y el placer de sentirme muy bien en mi propia piel.

De pronto se me presenta un viaje de trabajo de una semana en Turquía y mi cuerpo, olvidadizo, sólo recuerda el día en que un taxista me timó en Estambul, dejando de lado las copas en Taksim, las horas en el palacio de Topkapi o las cenas en restaurantes sobre azoteas con vistas al Bósforo.

El hombre, el que yo soy, se vuelve asustadizo, se oxida, cuando pierde el ritmo de una vida sin inercias.

Me obsesioné con cambiar en billetes pequeños imaginando al futuro taxista como un ogro y pensaba en las calles de Estambul como un laberinto agresivo de sensaciones que no estaba seguro de querer reencontrar.

Y así me monté en el avión para llegar aquí, con el cuerpo alerta como un niño chico, asomado con los ojos como platos a la ventanilla del avión.

Luego vino un aterrizaje en un país soleado, un taxista simpatiquísimo y de nuevo el maravilloso Estambul de siempre; sin embargo, el hombre aburguesado en que uno se convierte sin quererlo, se asustó de su pasado.

Mi vecino de asiento en el avión me preguntó por mi nacionalidad, tras verme torpe con la bandeja de la comida de la Turkish Airlines y después de aclararme, sin yo pedírselo, que él era kurdo. Yo, harto de estudiar inglés y de escuchar de mi hippy profe londinense halagos sobre mi pronunciación, no supe más que responder a lo Chiquito de la Calzada:

-D’Echpáin.

¡Tengo que salir de la zona de confort!

1 comentario:

Joselu dijo...

Yo de vez en cuando hago el camino de Santiago aunque sea parcialmente. Así este año haré unas quince etapas, y esos días abandono mi zona de confort compartiendo espacio con otros peregrinos que roncan, que charlan, que caminan y huelen a sudor. Hay un relato reciente del Camino de Santiago escrito por Jean Cristophe Ruffin que no está mal. Es un francés que tiene una peculiar visión de la ruta. A mí me gusta la mala vida (incómoda me refiero) aunque la que practico habitualmente es bastante aventurera. Ser profesor y tene delante a treinta adolescentes cargados de hormonas no te deja ser comodón.