Justo antes había tenido tiempo de pasarme por la Fnac a ver las últimas novedades musicales de mis artistas preferidos, que las había, y a bichear entre las novelas de bolsillo para seguir con mis lecturas en francés. Ahí sale mi parte conservadora, que busca lo seguro: Amélie Nothomb, y la arriesgada, que lucha por introducir nombres nuevos casi al azar: Gilles Leroy en este caso.
Comía el entrecot pensando cómo aprovechar esa hora libre, mientras leía las primeras páginas de ‘Ni d’Adan ni d’Eve’, de la Nothomb. Dos primeras páginas electrizantes.
Tomé rumbo hacia el Centro Pompidou. Anunciaban dos muestras temporales: Kandinsky y Calder. Entré y pregunté en información a un chaval.
-Tengo menos de una hora, ¿qué me recomiendas?
Ni Kandinsky ni Calder, me ofreció visitar una exposición de mujeres artistas a partir de los años 60.
-Es lo más original en mucho tiempo en este museo.
Y cómo el museo no peca precisamente de recato, me lancé a por las mujeres.
Exposición brutal, en los conceptos, en los mensajes, en la puesta en escena. Salas donde se advertía que lo visto podría herir tu sensibilidad. Yo me acercaba a grupos formados donde una guía daba explicaciones que no terminaban de convencerme. No sé si me gusta que me expliquen tan en detalle el arte contemporáneo, puede llegar a hacerlo ridículo. Para mí el arte contemporáneo es inmersión, íntima, sin red.
Quise ver todo tan rápido que aún me quedaban quince minutos.
¿Kandinsky o Calder?
¿Quién era Calder?
Fui a lo seguro. Kandinsky. Intercambiando miradas a los cuadros del ruso, intercalados con vistazos a los tejados de París de la sexta planta del Beaubourg. Una evolución de lo figurativo hacia lo geométrico, donde siempre importaron especialmente los colores. Me gustó mucho la época intermedia, creo que vivida en Estocolmo. Pena de no poder leer todas las explicaciones en esa visita acelerada.
Pasé de lado por Calder. Vi mucha gente. Me pareció ver figuras de animales hechas con alambres.
Ya en el aeropuerto pude comprar prensa española tras varios días sin hacerlo. Abrí por el final y me encontré con Barbra Streisand y Robert Redford, ‘Tal como éramos’… ‘película imprescindible de Sidney Pollack, autor de ‘Yakuza’… decía el comentarista de la programación de televisión.
¿Qué significará Yakuza?
El avión despegó y decidí volver a las páginas iniciadas de la belga Amélie Nothomb. Es autobiográfica, te lleva a los tiempos de su reencuentro casi adolescente con Japón, tras haberlo abandonado con cinco años. Para ganarse la vida, busca alumnos de francés.
Aparece el primero, Rinri, un adolescente universitario de familia bien.
Entonces Amélie se acuerda de su apasionado lector sevillano. En esas primeras páginas me explica que el nivel de vida correspondía al de un hijo de un miembro de la Yakuza, una suerte de mafia japonesa. Cuando el adolescente le presentó a su padre, mafioso y encantador, éste le regaló una joya similar a un móvil de Calder, a quien no quise visitar unas horas antes en el Pompidou.
Volando a Sevilla, a diez mil metros de altura, confirmé que la literatura es magia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario