En un gráfico donde los ejes sean la felicidad y el dinero la línea que los une tiene una pendiente ascendente hasta un umbral de entre 10000 y 20000 euros al año, dependiendo de países y culturas. Luego deja de haber relación. Una vez cubiertas las necesidades básicas y un mínimo imprescindible para el ocio, el dinero deja de tener poder en la creación de felicidad.
La sociedad, en cambio, es profundamente consumista. Lo somos. Suponemos que las acciones que determinan nuestra vida las realizamos porque nos producen placer, porque nos sientan bien. Compramos… para sentirnos felices. Nos creamos necesidades que no tenemos, que no teníamos hasta creárnoslas.
Al Estado le conviene el consumo, que aumente, que se mantenga, que se diversifique. Es fuente de riqueza.
El círculo completo de la felicidad del que no conviene escaparse.
Pero el gráfico nos decía que llegados a un nivel, por ahí no van los tiros de la satisfacción humana.
¿Qué vacíos tratamos de tapar con el consumo? Tener una gran colección de DVD’s, buenos coches, la mejor cocina, un apartamento en la playa, haberse hecho la depilación láser, tener una pantalla plana enorme de gran resolución, una nevera-bodega con temperaturas independientes para los vinos tintos y los blancos, un armario con la mejor ropa de temporada… Suena bien.
¿No se equivocarán los que dicen que esa pendiente se corta cuanto más sube la cuenta corriente?, ¿no son realmente más felices que nosotros los Boyer-Preysler, las Madonna o los hijos de la duquesa de Alba?
Es una evidencia que el nivel de vida en España ha aumentado en los últimos años. Mucho.
Pero, ¿somos más felices?
Se podría decir sí, desde el momento en que hay menos paro (gente que sale de la zona inferior al umbral mínimo). Se podría argumentar también que hay más posibilidad de acceso a placeres que antes estaban vedados a pocos (vuelos más baratos, más oferta cultural…). Y tendríamos razón en defender esa postura.
Se podría opinar también que vivimos más tiempo haciendo dinero (para gastarlo), que somos más competitivos (dinero obliga), que resulta más difícil quedar (todo se soluciona con un mensaje desde el móvil última generación), que somos menos libres (o naturales, quedar por tomar un café, sin más, sin excusas, sin negocios que tratar…).
El círculo creado y alimentado de ser más rico, el bombardeo publicitario , las ganas de mostrarse más guapo, más triunfador, con mejor coche. La España que funciona, los españolitos que nos lo creemos.
Hay un gran vacío tras todo eso. Las patas que lo sostienen son endebles. El todo deprisa, todo ahora, todo ya… es venenoso.
¿Somos realmente más interesantes los españoles, aparte de más ricos?
Quien todo consume todo lo quiere y no tiene tiempo para sentarse en un parque a leer un libro de bolsillo, a preocuparse por algún fin social; quien no sepa perder (para ganar) una tarde charlando con un amigo que necesita simplemente compañía, algún día se caerá de bruces por esa pendiente dinero-felicidad que, a esos niveles de éxito, estará a una altura gigantesca.
Caída sin red.
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