Concentradísimo en mi trabajo, sonó el timbre del portal. No una, ni dos, sino cinco veces y durante largo tiempo.
Llegué al telefonillo con toda la rabia que surge cuando ataca la mala educación. Y con la frase de cabreo bien preparada.
—¿Quién es? —pregunté.
Entonces escuché la voz de una anciana, medio asfixiada, preguntando por un tal Antonio.
La ira se me fue a los pies.
—En mi piso no vive, señora, pero le abro.
Nunca podemos asegurar con quién vamos a tropezar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario