Las redes sociales son cada vez más un escaparate del que se ha autoexcluido la gente anónima.
Así venía a titularse un artículo de prensa que me hizo reflexionar.
Lo que empezó, hace quince años, como una oportunidad para el pueblo llano para compartir su día a día, se habría ido convirtiendo en un tablero de juego donde todo está acaparado por grandes empresas, influencers y creadores digitales a los que la gente se dedica a observar.
Cada vez menos participación activa y más observación pasiva.
No hay publicaciones inocentes, todas te quieren llevar a algún lado o venderte algo.
Decía el reportaje que todo se ha pervertido, en un razonamiento pesimista acerca del ser humano: 'todo lo que nace limpio acaba por ensuciarlo'.
Yo sigo en mis trece con las redes desde hace años, abriéndome en canal y relacionándome con personas que vibran en mi misma onda. Sí, mi objetivo último es contar historias, mi ilusión máxima es evolucionar como escritor. Sí, quiero que mis novelas lleguen a ti.
¿Hasta qué punto entro en esa mercantilización que se critica?
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