Hay quien dice
que no se puede vivir de los recuerdos, son muchos los que opinan que no hay
vida estimulante sin proyectos. Pasado y futuro como condicionantes de nuestro
presente. Los errores que cometimos para evitar aquéllos por cometer, las
carcajadas de entonces para saber elegir con qué personas desearemos encontrar
la risa.
Pero ocurre que
todo es ficción, salvo el presente. Que nada de lo que existió o lo que
existirá es real, salvo como puro artificio que nos libera pretendidamente de
lo único cierto, el ahora de mí escribiendo en una mañana luminosa de sábado
frente al Mediterráneo; el ahora tuyo leyendo estas ingenuas reflexiones acerca
de lo que somos.
Las certidumbres
del pasado frente a los dilemas del futuro se cruzan en un instante preciso en
el que evaluamos nuestro presente, como elixires preciosos que nos permiten
soñar con aquél que fuimos y sonreír con la persona que querremos ser.
La grandeza del
ser humano es ésa, ser capaces de meterle a nuestra realidad unívoca, tan
previsible a veces, la magia de la ficción de lo que no existe: aquello que
fuimos y seremos.
Nadie nos puede
quitar el disfrute de rebobinar los mejores recuerdos las veces que queramos, con los aderezos que los años o nuestros deseos vayan superponiendo, ni de construir, con la libertad que da el deseo, vidas futuras imposibles de edificar con los ladrillos del presente.
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