Era un viernes de inicio de vacaciones de Semana Santa. La familia al completo llegaba al gran chalé de siempre en La Antilla. Habíamos recorrido horas antes un hipermercado en busca de provisiones para diez días. Mi madre nos organizaba para ir buscando las compras por los pasillos del Continente. Era de noche cuando entramos en esa casa fría de la playa. Yo me senté en el mármol de la cocina viendo a mi familia organizando las cosas, llenando la nevera, abriendo ventanas y pensé que no podría ser jamás tan feliz.
Cada persona tiene estampas fijas de emociones intensas.
En unos de mis viajes a Turquía compré un tarro de un perfume olvidado en el tiempo que, al abrirlo, me hizo volver tantos años atrás, que paseé junto al mar del Mármara henchido de una melancolía que me llenaba.
Con dieciocho años llegué por primera vez a París, en tren, con dos amigos del colegio, con una mochila a la espalda. Cuando bajamos en la estación de Austerlitz en una ciudad que despertaba a las siete de la mañana, recuerdo que hicimos un trayecto largo, equivocado, a pie hasta Place d’Italie, confundiendo el paso hacia el centro. En las farolas había colocados carteles que anunciaban un concierto de Madonna en Bercy. Yo no sentía el peso de la mochila, ni el sueño de una noche de paliza en tren. Yo, literalmente, flotaba.
En 1984 leía a George Orwell tirado en la arena de la playa con Mariló a mi lado. La novela era 1984. Ella leía un párrafo, yo el siguiente, ella después hasta el próximo punto y aparte. Después yo. ¿Podía ser más hermosa la vida?
La primera vez que tuve sexo recuerdo volver a casa de mis padres, una noche fría, dando gritos desde mi vespa al aire de Sevilla por la avenida de la Palmera.
La puerta del ascensor que se abrió en el Virgen del Rocío para ver por vez primera a mi sobrino Iván en los brazos de mi hermana Raquel; el día que llegué de unos campeonatos de España de remo y me esperaba mi madre con unas zapatillas de deportes nuevas, a pocos meses de morir; el momento de verme en la lista de aprobados de Mecánica de Fluidos, cuando realmente fui consciente de que podría ser ingeniero; la aparición sorpresiva de Montse en la presentación de mi última novela; el abrazo de mi padre tras confirmarme por teléfono Renault que me había fichado; la conversación con Mariángeles en el Café Europa; la primera llegada de Fran a Orly.
¿Por qué, con el tiempo, pienso que las emociones se hacen menos fuertes?, ¿qué hace que nos vayamos haciendo más duros al entripado que produce la felicidad de los momentos puntuales?, ¿por qué el olor que antes nos llevaba al cielo ahora nos resulta casi indiferente?
Entiendo que el descubrimiento de la vida va acompañado de esos momentos cumbre de felicidad en que nuestra sensibilidad se pone a flor de piel.
¿La madurez implica pérdida?
Es posible que el ser humano esté concebido de ese modo, que la experiencia vaya instalando en nosotros una costra de dureza menos receptiva a las emociones explosivas que creemos que no volverán. En cambio, siento que con los años el bienestar personal crece, quizás porque vamos comprendiendo las claves. Sería duro ir viendo acercarse nuestro final y mantener la misma capacidad de asombro y de ansias de comerse el mundo. La felicidad se define en otros parámetros.
Soy de los que creo que con el tiempo se gana. Puedo recordar momentos de emoción inmensa cuando yo era un niño o un adolescente, pero si apago la luz y echo la vista atrás, yo no era una persona feliz, las inseguridades, los miedos, los complejos eran tan fuertes que tal vez por ello reforzaban la grandeza de los pasos adelante.
Con los años crece la experiencia y con ella debe venir la palabra justa, la comprensión amplia de las cosas, de las personas, la sabiduría, la calma, las risas sentidas, los abrazos sinceros.
Emociones de más calidad.
1 comentario:
Con la madurez simplemente podemos ordenar cada cosa en su sitio, los recuerdos se recuerdan de otra manera, se clasifican, se intensifican, se siente de otra forma al momento en que se vivieron.
Yo también soy de las que piensan que con la edad se mejora, y en muchos aspectos.
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