Será también el bullicio de calles destartaladas de muros ocres y motos que te atropellan, y gente amable que te saluda con la mirada al pasar, y tajines de pollo, y de pescado, y de cordero. Sin embargo, recordaré esas tardes marroquíes con mi cabeza apoyada en la barriga de Fran, leyendo sobre Estambul.
El calor implacable del verano nos obligó a disfrutar una ciudad intermitente, a la que nos asomábamos y de la que escapábamos a nuestro refugio, como se vuelve a una sombra fresca al mediodía, para seguir leyendo sobre Estambul.
Sé que pasarán los años y vendrán imágenes de ese espacio mágico donde nos refugiamos, felices, mientras sonaban las llamadas del almuecín. Y me costará saber si ese lugar estaba en Marrakech o en Estambul.
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