He viajado mucho por grandes ciudades de cuatro continentes y hay una imagen que aún me conmueve: las luces de una ciudad al anochecer.
No las que iluminan la torre Eiffel o la estatua de la Libertad. Las luces de habitaciones de apartamentos anónimos que se desparraman al infinito. ¡Cuánta gente! ¡Tantas vidas!
Me conmueve porque me confirma lo pequeñito que soy, apenas un grano de arena en una playa.
Aunque quizás, lo que más me conmueve, es que soy cada una de esas personas en cualquier lugar del mundo.
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