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viernes, noviembre 28, 2008

Desasosiego

Buscar respuesta con determinación a preguntas esenciales lleva al desequilibrio personal, si entendemos por esenciales todas aquellas cuestiones que se plantean el porqué de la existencia humana.

El punto de sensatez, donde se encuentra la zona de reposo desde la que se puede optar a la felicidad, o a un bienestar personal duradero, sólido, se encuentra en el término medio entre la frivolidad de quienes viven la vida en el terreno de las ambiciones huecas y aquellos que dramatizan al extremo cada decisión propia.

Analizando con microscopio hacia dónde nos lleva este teatro del ser y cuáles son los argumentos para vivir, podemos debilitar las bases de nuestro existir. Comprobar que nuestro paso por este mundo tiene un final determinante llamado muerte, sentir con lucidez que la gente a la que amamos llegará un momento en que no la tendremos más a nuestro lado, que toda nuestra inversión en afectos será menos que nada, porque no seremos, resulta aterrador.

Ante estas incertidumbres el hombre ha ido construyendo mitos y religiones, ha creado leyendas y ha inventado respuestas. Reacción a la brutalidad de la mortalidad.

Yo no creo que haya Dios. En mi fuero interno sé que no hay Dios. Es doloroso reconocerlo, pero entiendo que es valiente.

¿Qué mueve entonces mi vida?, ¿cómo evitar el desasosiego de pensar en un final total?

No hay respuestas mágicas, pero hay actitudes.

En mi caso las actitudes que hacen que a día de hoy me sienta una persona realizada y con un alto grado de felicidad pasan por compartir estos días regalados, en este juego de locos que es la vida, con mi gente cercana. Disfrutarlos con toda la fuerza y tratar de que no se asomen al precipicio del dolor. Mi estabilidad personal la encuentro en la cultura y el arte, en admirar hasta dónde ha llegado el hombre con sus limitadas armas, siempre perdedoras en el combate contra la muerte, sí, pero creativas. El sentido de la vida lo encuentro en madurar tratando de mejorar como persona, en hacerme cómplice del hombre con mayúsculas, del emprendedor, del sabio, del sensible, del que busca la verdad y no la encuentra.

Se puede entender la vida sin creer en otra cosa que en el hombre, imaginarlo en paz consigo mismo, no dislocado y egoísta, sino solidario con los suyos en su búsqueda de la Verdad, a sabiendas que esa Verdad nunca se encuentre.

No hay mejor Dios que un hombre bueno.

jueves, noviembre 13, 2008

Escucha

¿Cómo controlar la desesperanza cuando ésta te invade?, ¿qué métodos existen para combatir los bajos ánimos?...

Es cierto que la alegría de vivir no es algo transmisible vía sanguínea, ya quisiera. Pedir una transfusión, donar sangre para interconectar buen rollo, para equilibrar desconsuelos con otros glóbulos más rojos, más redondos, menos pesados.

En cuántos momentos no nos gustaría encontrar esa mirada con la que en un tiempo tal vez no muy lejano veíamos el mundo coherente.

Ver el mundo coherente tiene mérito, sentir la pulsión de la vida como algo extraordinario, pasearte la calle y alucinar con sus habitantes paseándose descuidados del placer que supone estar vivos.

Hay tantos momentos en que no, días en que no hay milagros, ni efervescencia, ni alucinaciones por ver un atardecer que nos resulta igual que otros, conversaciones que no nos llenan, telediarios que nos resultan más de lo mismo, tortillas de patatas que ya no nos provocan orgasmos de placer.

¿Cómo se lucha contra eso?

¿Dónde está la clave del sentido de la vida?

Cuando existen preguntas sin respuestas desde miles de años atrás, tal vez no deberíamos malgastar tiempo en resolverlas.

Las soluciones no son universales, tenemos que encontrarlas en nosotros, seres individuales y sensibles.

Nuestro sentido de la vida es el bueno, nadie mejor que nosotros sabe encontrar la chispa que de nuevo prenda el combustible para continuar. Volver a sentir que todo es posible, que la gente nos importa mucho, que el amor es una certidumbre y no un cuento chino.

Tal vez por eso no es transmisible. Porque cada cual tiene sus claves internas.

Sí podemos, en cambio, estar a la escucha. Cuando veamos a nuestro alrededor alguien que nos importa en ese período que todos atravesamos en que el cielo no es cielo ni las caricias erizan la piel, en esos momentos existe un catalizador para volver a la vida.

La escucha.

Cuando todo es negro, tus oídos pueden ayudar a que una boca cercana adivine el camino aproximado hacia el mundo de los que se afanan por reír.

miércoles, noviembre 05, 2008

Híbridos

Anoche tomaba unas tapas con unos amigos muy cercanos y salió el tema de Barak Obama. Comenté, ellos me conocen y saben que es cierto, que yo iba a tratar de pasar la noche despierto (lo que mi cuerpo aguantase) para ver el desenlace de la prácticamente segura, a esas horas, victoria de Obama.

Entonces vino el ‘cachondeíto’ de ‘tú estás colgado’, ‘a quién se le ocurre’…

Había y hay confianza entre nosotros.

Vine a decirles que yo tengo mis convicciones políticas muy claras, que para mí era un sueño lo que se estaba produciendo en Estados Unidos, después de unos terroríficos ocho años de gobierno de Bush. Años de desprecio por los derechos civiles (¿a quién no le suena Guantánamo?, ¿la guerra ilegal de Irak?), de ley de la selva a favor del más fuerte (hipotecas sub-prime, sacrosanta ley del mercado libre, que todo lo rige), de chuleo en la escena internacional, de incultura elevada a grado sumo en el máximo representante del gobierno (una persona que llegó al poder por nacer en una familia petrolera texana multimillonaria, sin más aval que el de un padre ex-Presidente). Período vergonzoso en suma.

El comentario entonces es que no había que ser tan radical. Mi amigo decía que él era híbrido. Ni de izquierdas, ni de derechas, ni conservador, ni progresista. Híbrido.

Me parece genial en democracia la existencia de todo tipo de tendencias. Incluso la híbridotendencia, que se resumiría en una frase (tal vez): Ni me mojo ni me dejo de mojar.

Desde mi profundo respeto por las visiones (o no visiones) de la sociedad, de nuestros gobiernos, de la economía, de las relaciones internacionales, que puedan tener los ciudadanos, yo reivindico la definición. Yo reivindico que hay que mojarse.

Mi cabeza, y hasta mi cuerpo, se conmueven con los ideales de Obama. Creo que hay que cambiar el mundo. Podemos. Al menos, debemos. Siento que estamos obligados a intentarlo. Dejar a un lado las ataduras que nos hacen pensar que todo será igual, que el hombre es un lobo para el hombre, que tenemos el mundo que merecemos. Ése es el caldo de cultivo de los ‘Bush’. Mantener privilegios, aplastar al que no tiene el poder (llámese dinero).

Tal vez en unos meses, en años, el sueño de Obama se haya desvanecido. Mi corazón quiere pensar que no. Que cambiarán cosas fundamentales. ¡Tenemos un negro en la Casa Blanca! Simplemente por el hecho de ver las lágrimas de tantos herederos de la prepotencia racista, de la época más vil de la nación americana, cayendo a moco tendido escuchando las palabras del futuro presidente, ya es suficiente.

Siento que los híbridos duermen más tranquilos que yo, que miran con ojos distintos a su alrededor, que se sienten más calentitos que yo en sus casas.

Yo prefiero perder el sueño por ver al hombre avanzar, mojarme y decir que sí, que el mundo puede cambiar.

¡Ánimo, Barak!