¿Cómo controlar la desesperanza cuando ésta te invade?, ¿qué métodos existen para combatir los bajos ánimos?...
Es cierto que la alegría de vivir no es algo transmisible vía sanguínea, ya quisiera. Pedir una transfusión, donar sangre para interconectar buen rollo, para equilibrar desconsuelos con otros glóbulos más rojos, más redondos, menos pesados.
En cuántos momentos no nos gustaría encontrar esa mirada con la que en un tiempo tal vez no muy lejano veíamos el mundo coherente.
Ver el mundo coherente tiene mérito, sentir la pulsión de la vida como algo extraordinario, pasearte la calle y alucinar con sus habitantes paseándose descuidados del placer que supone estar vivos.
Hay tantos momentos en que no, días en que no hay milagros, ni efervescencia, ni alucinaciones por ver un atardecer que nos resulta igual que otros, conversaciones que no nos llenan, telediarios que nos resultan más de lo mismo, tortillas de patatas que ya no nos provocan orgasmos de placer.
¿Cómo se lucha contra eso?
¿Dónde está la clave del sentido de la vida?
Cuando existen preguntas sin respuestas desde miles de años atrás, tal vez no deberíamos malgastar tiempo en resolverlas.
Las soluciones no son universales, tenemos que encontrarlas en nosotros, seres individuales y sensibles.
Nuestro sentido de la vida es el bueno, nadie mejor que nosotros sabe encontrar la chispa que de nuevo prenda el combustible para continuar. Volver a sentir que todo es posible, que la gente nos importa mucho, que el amor es una certidumbre y no un cuento chino.
Tal vez por eso no es transmisible. Porque cada cual tiene sus claves internas.
Sí podemos, en cambio, estar a la escucha. Cuando veamos a nuestro alrededor alguien que nos importa en ese período que todos atravesamos en que el cielo no es cielo ni las caricias erizan la piel, en esos momentos existe un catalizador para volver a la vida.
La escucha.
Cuando todo es negro, tus oídos pueden ayudar a que una boca cercana adivine el camino aproximado hacia el mundo de los que se afanan por reír.
1 comentario:
Para mí es primordial escuchar, se aprende muchísimo de los demás.
Hace unos meses tuve un día rojo(cómo lo llamaba Holly Golightly en Desayuno con diamantes) pero un buen amigo estaba escuchando y regalándome un libro consiguió hacer desaparecer las brumas.
Curro.
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