Fue en una cena en casa. No hay charla estos días que no se precie de hacer un repaso a la situación económica. Todos estamos en mayor o menor grado afectados. Una amiga rompe la conversación para decir que se alegra.
De la crisis.
Habíamos llegado a un punto en que nos estábamos volviendo excesivamente tontos. Una gran parte de esta sociedad consumista en que habíamos degenerado compraba por comprar. Y una parte importante, como en toda sociedad enferma, fardaba de sus compras.
Nuevos ricos que no aprecian el esfuerzo, porque el esfuerzo es de los tontos. Sociedad que no aprecia el saber, porque el saber no da dinero.
¿Quién va a estudiar una carrera universitaria si se hace más dinero especulando?, ¿para qué esforzarse en ganar en profesionalidad si el rey del mambo es el que se forra montando cocinas en promociones de lujo?
Mis tres años en Francia me sirvieron para ver España desde el otro lado del espejo. Sufría la contradicción de constatar cómo desde lejos se nos veía como una sociedad triunfadora, pujante. Pero desde la distancia confirmaba el éxito de los programas del corazón, la falta de debates en la televisión, el ansia por hipotecarse en segundas viviendas (yo el primero, nada más volver a Andalucía). Desde París veía los cimientos de arena.
Aprendí a bases de cenas tranquilas en Francia con buenos vinos del Loira que en España vivíamos acelerados y que las conversaciones eran frugales, los intereses también. Al menos, más de lo recomendable.
Ahora se nos cae el telón en medio de un escenario desbordado de figurines y la camisa no nos llega al cuerpo.
Hemos perdido grandes oportunidades de enfocarnos como sociedad (no todo es culpa del gobierno de turno) para crecer. Crecer en recursos, en sabiduría y en aprecio por las cosas realmente importantes.
Se nos desmonta el chiringuito y una amiga nos interrumpe la cena para decir que se alegra.
Ahora toca sanar.
De la crisis.
Habíamos llegado a un punto en que nos estábamos volviendo excesivamente tontos. Una gran parte de esta sociedad consumista en que habíamos degenerado compraba por comprar. Y una parte importante, como en toda sociedad enferma, fardaba de sus compras.
Nuevos ricos que no aprecian el esfuerzo, porque el esfuerzo es de los tontos. Sociedad que no aprecia el saber, porque el saber no da dinero.
¿Quién va a estudiar una carrera universitaria si se hace más dinero especulando?, ¿para qué esforzarse en ganar en profesionalidad si el rey del mambo es el que se forra montando cocinas en promociones de lujo?
Mis tres años en Francia me sirvieron para ver España desde el otro lado del espejo. Sufría la contradicción de constatar cómo desde lejos se nos veía como una sociedad triunfadora, pujante. Pero desde la distancia confirmaba el éxito de los programas del corazón, la falta de debates en la televisión, el ansia por hipotecarse en segundas viviendas (yo el primero, nada más volver a Andalucía). Desde París veía los cimientos de arena.
Aprendí a bases de cenas tranquilas en Francia con buenos vinos del Loira que en España vivíamos acelerados y que las conversaciones eran frugales, los intereses también. Al menos, más de lo recomendable.
Ahora se nos cae el telón en medio de un escenario desbordado de figurines y la camisa no nos llega al cuerpo.
Hemos perdido grandes oportunidades de enfocarnos como sociedad (no todo es culpa del gobierno de turno) para crecer. Crecer en recursos, en sabiduría y en aprecio por las cosas realmente importantes.
Se nos desmonta el chiringuito y una amiga nos interrumpe la cena para decir que se alegra.
Ahora toca sanar.
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