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lunes, noviembre 06, 2023

Cerebro

No era un camino muy largo, una reciente mañana de sábado, entre dos preciosos pueblos de Cádiz, Conil y Arcos de la Frontera. Yo iba de copiloto y coloqué el teléfono en la guantera.

Me tentó mirar en el móvil dónde estaba el pueblo de Naveros, donde se cultivaban los garbanzos que comimos el día anterior en Venta Melchor, al ver su señal en la carretera. Me contuve. Quise saber quién era la mujer que cantaba una balada en portugués. Hice por abrir la guantera, pero me resistí. Me acordé de un artículo sobre Palestina que había leído al desayunar y quise leérselo a Fran, lo que obligaba a buscarlo en el teléfono. No lo hice. Atravesamos Paterna de Rivera y quise saber cuántos habitantes tendría. Evité la tentación de mirarlo. Vi nubes negras a lo lejos y me prohibí mirar el tiempo. Fran me preguntó si había un parking cerca del centro y le dije que no lo iba a mirar.

-Estoy intentando llegar a Arcos sin tocar el teléfono.

Él me miró con cara de conocer mis experimentos sociales.

Ya subiendo las cuestas de esa maravillosa población me confirmé una teoría, el móvil se ha convertido en una prolongación de nuestro cerebro que provoca síndromes de abstinencia. Controlables. De momento.

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