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sábado, octubre 17, 2020

Desgraciado

Me recogió en el Puente de la Barqueta. No supe distinguirla con la mascarilla, pero ya nos conocíamos. Habíamos compartido una tarde de primavera en la Feria del Libro de Sevilla en un minitaller de escritura con personas sin hogar.

Yo sí me acuerdo de ti, Salvador. Compré tu último libro, me lo dedicaste y me lo leí.

Se llama María.

Y me gustó.

Me ganaba por goleada.

Durante el trayecto hasta la cárcel me explicó lo básico. Cómo están distribuidos los internos, cuáles son sus horarios, qué tipo de delitos son los mayoritarios, cómo son las celdas, cómo se organizan.

Vamos a estar en un módulo de respeto. Hasta cierto punto ellos se autogestionan. Ahí están los internos menos problemáticos, los que se comprometen a no estar ociosos, a no ser agresivos.

Me vería la cara de susto.

En todos los años que llevo viniendo, nunca he tenido el más mínimo problema.

Entonces comprendí que era voluntaria. Que había comido como los pavos en su casa al salir del trabajo antes de recogerme para esa tarde literaria en la biblioteca de la prisión.

Soy responsable de Recursos Humanos en una empresa grande.

Nos esperaban otros dos voluntarios. Jovencillos estudiantes que prefieren pasar la tarde del viernes como compañeros de personas sin libertad a irse de parranda con los amigos.

La cárcel era como en las películas. Impacta como en las películas. Se atraviesan controles y rejas como en las películas.

Ya estamos dentro.

Las dos horas siguientes volaron. Me emocioné al leer el primer texto. Los reclusos se organizaban en sillas a mi alrededor. Me sorprendió el silencio mientras leía y los aplausos al final de cada relato. Hablaban de sus miedos.

Yo tengo pensado el título de un cuento que transcurre aquí dentro confesó uno de ellos. 'El cementerio de los hombres vivos'

¿Y de qué va? pregunté.

Tan sólo tengo el título y todos se rieron.

Había quienes asumían su culpa al expresarse, había quienes defendían que una persona se vuelve otra cuando le invaden las emociones negativas. Había quienes enlazaban discursos deslavazados.

Aquí hay gente mala, sí me decía María. Pero, sobre todo, hay mucho desgraciado.

Desgraciado que ha nacido en el lugar erróneo, que se ha metido en historias indebidas, que se dejó llevar por malas compañías.

Me ofrecieron visitar el patio y compartir paseo con los internos. Al solecito. Impresionan las vallas altas y esa cotidianeidad que no distingue los días de la semana. Se acercaban a hablar con nosotros con naturalidad.

—No imagino salir ahí fuera y que todo el mundo lleve mascarillas.

Ahí fuera...

Al trasvasar las rejas de vuelta les confesé a los tres mi admiración por ellos.

¿Tú no haces nada como voluntario? me preguntó María.

No contesté, rotundo.

Me refiero fuera del trabajo, algo que hagas por el puro placer de hacerlo. Escribir es un acto voluntario, ¿no?

Sí, claro, pero eso lo hago para mí.

¿Y para quién crees que hago yo esto?

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