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lunes, octubre 05, 2020

Abuelo

A mi abuelo paterno lo perdí siendo muy chico.

Memorizo bien su cara, porque durante toda mi adolescencia un cuadro gigante de él, a carboncillo, presidió el salón de mi abuela. Él era practicante, y nos pinchaba cada vez que nos poníamos malos. Recuerdo con terror esa lata metálica con alcohol donde preparaba las inyecciones.

Sé que un día murió. De golpe. Yo querría morir así.

Fueron días dolorosos para mi madre y, por muy pequeño que yo fuera para entender, me causaba una congoja infinita verla llorar. Se encerraba en su habitación y lloraba.

Un día entré en su cuarto con una estrategia preparada. Caía ya la tarde, las luces estaban apagadas y yo me tumbé en su cama, junto a ella. Entonces me inventé una historia. Le dije que había soñado con el abuelo. Imagino que le narraría, conociéndome, una historia dulce y algo infantil.

Mi madre me acurrucó en sus brazos, me llenó de besos mojados y me agradeció que le hubiese contado mi sueño.

—Me ha gustado mucho —me dijo entre suspiros.

Ese día comprendí que mentir no era tan malo.

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