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sábado, abril 11, 2020

Vértigo

Escribir regularmente me permite contemplarme con el paso del tiempo. En lo fundamental me encuentro coherente, pero hay una línea punteada que atraviesa mis escritos que me despista, una suerte de cambio de piel, menos sensible al exterior, más protectora de lo íntimo; no en cuanto a que no quiera mostrar cómo soy. No es cuestión de pudores, sino de intereses. La felicidad, creo que a mi pesar, va viniendo más de dentro que de fuera. No hablo de mi círculo íntimo, ni siquiera de la gente que me rodea. De todo el que está a mi lado presumo, todos me reconfortan. Hablo, tal vez, de las grandes palabras que definen al mundo, al hombre, a la sociedad, las banderas, los discursos, el futuro común. Puede ser que los años vayan confirmando sigilosamente en mí, sin mi permiso, una cierta frustración a que sea posible cambiar realmente nuestro destino.Sea cierto o erróneo, la idea me duele. He leído tanto, he reflexionado tanto, he puesto tantas expectativas en todo... Que ahora la felicidad la encuentro en mi mundo, el pequeño, el que se llena de nombres y apellidos, de caras conocidas y cercanas, de sonidos que conozco, de paisajes que paseo. En mi música, mis libros, el ordenador con el que me enfrento a diario para expulsar mis miedos y mis ilusiones, ésas que no quiero perder muy a pesar de esa serpiente de piel dura en que me estoy transformando sin yo quererlo.

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