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viernes, junio 20, 2008

La sonrisa rumana

Fue en 2002 cuando hice mi primer viaje a Rumanía. Calculo que luego he vuelto unas siete u ocho veces. Siempre por razones de trabajo. Hace un par de días volví del último.
Atravesar las arterias que llevan al centro de Bucarest fue esa primera vez un shock de hormigón sucio infestado de ventanas rotas cubiertas con plásticos verdes. Hacía frío y una capa inmóvil de niebla estaba instalada por cada rincón.
La primera tarea que tienen que aprender los rumanos es sonreír, nos decía el pasado martes un colega francés, Claude, residente desde hace unos años en la ciudad de Pitesti.
Hubo un paréntesis entre mi última estancia en Rumanía y el viaje de esta semana. Aterricé en el aeropuerto de Bucarest ávido de ver por las ventanillas del coche un país evolucionado, aunque las carreteras sin asfaltar, las vestimentas de hace 30 años, los talleres destartalados al borde de cualquier camino, la falta de señalizaciones y de respeto a las normas básicas me han llevado a pensar que el milagro no es tan sencillo.
Hablar con un rumano en su tierra es, casi por norma, hacerlo con un témpano de hielo. Transmiten tristeza, tardan cinco minutos en decirte que ganan una miseria, reniegan del país y agachan la mirada.
No es un país educado, ves que no saben decir gracias, aguardar el turno en una cola, conducen como si no existieran otros coches, son rudos al hablar.
En el pueblo rumano se observa una especie de sedación ante la vida. Se mueven lentos, miran con desconfianza.
Cierto lo que decía Claude.
No saben reír.
Rebuscando en mi memoria, los rumanos me recuerdan a gente que yo he conocido con familias desestructuradas e infancias infames. Me planteo si estas familias rotas con padres aterradores e intrusivos se pueden generalizar a países. La gran familia rota de Ceaucescu.
¿Hasta qué punto veinte años después de su muerte la gente sigue con el miedo en el cuerpo?, ¿cómo de fuerte pudo ser la amenaza continua, la falta de respeto a la persona, la prohibición de la iniciativa?, ¿hasta cuán dentro puede llegar el que te extraigan de lo más íntimo el placer por un paseo y una charla?, ¿cómo de lejos puede dañarse a una sociedad a la que se le cuentan mentiras inverosímiles?, ¿qué antídoto existe contra la desgana por progresar?
Las cifras dicen que el PIB de Rumanía crece por encima de 5 desde hace un decenio. Se ven cochazos de vez en cuando, inauguran fuentes de colores, hay algunos hoteles más…
Soñaré que en algún próximo viaje a Bucarest aterrice en un país donde, a pesar de los baches y el hormigón sucio, la gente se sonría sin miedo ni complejos cuando les pare por la calle para preguntarles qué camino tomar para llegar a mi hotel dándome un paseo.

domingo, junio 15, 2008

Irreversibilidad

Las aulas de la Escuela de Ingenieros me daban mucho margen para la reflexión. Es jodido que las carreras universitarias sean tan estancas, castradoras de todo lo que no case bien con la salsa de sus Planes de Estudios. Poco humanistas las ingenierías, poco técnicas las humanidades… cuando un ingeniero sale con su título bajo el brazo tiene muchas posibilidades no ya de no saber redactar un informe con soltura y sin faltas de ortografía, sino de escasear de mano izquierda, de capacidad para relacionarse con equipos multidisciplinares o, a la experiencia me remito, de arte para contar las cosas y para vivirlas bien. A falta de ese punto de base metafísica en mi Escuela, ésta debíamos encontrarla entre las fórmulas de mis apuntes o en las charlas magistrales de algún catedrático que se deslizaba del mundo de la Mecánica de Fluidos hacia el de la fluidez de las relaciones humanas. Una de las grandes magnitudes de la Física-Metafísica la encontré en esas clases. Se llamaba Entropía. Se resumía en una S. Era la medida de la Irreversibilidad. La tendencia de todo sistema al desequilibrio y la imposibilidad de recuperar el estado inicial. La variación de entropía siempre es positiva. Es la medida de la no vuelta atrás. Recuerdo el ejemplo de unas bolas. Las ordenas y las mueves. Nunca volverán a recuperar su estado inicial. La imposibilidad de ir a un viaje con amigos y volver a repetir el mismo viaje. Es un principio, una Ley de la Termodinámica. En esta Ley reside una de las claves de la vida. El principio del no retorno. Todos los tiempos pasados son pasados, todas las fotos reflejan un imposible. Ya nunca igual. Morimos a cada minuto, vamos dejando vidas imposibles de volver a vivir. De ahí la importancia de los pasos bien dados, para que esa irreversibilidad no nos lleve por caminos tan extraños que no sepamos volver a un punto de partida de un mínimo contenido ético. Quien es cabrón, quien no es humilde, quien pisa por subir, quien no sabe devolver una sonrisa, quien cierra los ojos a la vida no cae seguramente en la cuenta que la entropía lo domina todo, y que cuando se abandonan estados de equilibrio para avanzar ya no hay vuelta atrás. Se vuelve de otra manera, pero la entropía no permite corregir del todo los errores. Lo hermoso de la vida es saber que caminamos hacia adelante y nos vamos haciendo a nosotros mismos. Lo duro de la vida es que la física ha encontrado una fórmula para decirnos que no es posible el paso atrás.